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2/10/10

SAGA

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A Don Eduardo Barrena Cassá

Desde que descolgué para llamar, ya desde entonces supe que iba a estar ahí, agazapado, como esperándome, el monstruo. Entonces fue sólo como un sonido áspero y turbio que habló antes de que tú respondieras al otro lado. Lo reconocí porque ya había oído ese raspar como de dientes forrados o mordiendo tela antes, o eso me pareció. Luego tu voz como si ya hubiésemos empezado a hablar, un hueco vacío donde el ¿diga? y tus palabras por aquí todo sigue igual, bien, apenas tengo tiempo últimamente, estamos pensando en un viaje, quizá en las próximas vacaciones, Lorena está bien, como siempre, tú sabes cómo es ella, si te corre prisa podemos quedar antes, pero hasta la semana que viene voy a estar muy ocupado con el trabajo y todo lo demás, termino el miércoles, de todas formas...

Pero da igual, porque entre el jueves y el viernes vas a tener que arreglarlo todo para el viaje, así que casi mejor el miércoles, recién salgas del trabajo, y tener al menos el tiempo de un café aunque sea muy justo. Y va a parecerme bien, porque de otro modo no nos vemos, así que vale, que me parece bien, el miércoles, por cierto, a qué hora sales, te espero abajo y ya hablamos, saluda a Lorena de mi parte. No te olvides de eso..., de acuerdo, a las doce. Y con sólo este raquítico y diplomático intercambio de información creo que ya hemos agotado todo lo que podríamos contarnos de estos últimos meses, como ocurre más de una vez con cualquiera que haya sido amigo o incluso mejor amigo pero ya no. Por lo menos no he tenido tiempo de comentar nada del tiempo y con eso tengo algo con lo que empezar el miércoles.

Lorena está bien, como siempre. Como siempre menos cuando aquello, hace tres o cuatro meses. Desde que pasó ya no ha tenido más problemas, yo sé que está bien. Eso es la Divina Comedia de Dante Alighieri.

No nos vemos desde entonces, desde que Lorena estuvo tan enferma. A veces la odio sólo por eso, desde que se puso enferma. No es que le quiera ningún mal, al contrario, me alegro de que vuelva a ser la de antes. Pero es que sé que sólo ella cae de esa forma enferma, tan grave, un diagnóstico tan feo y ni los médicos saber cómo, ni por qué, sólo que está muy mal y hay muy poco que hacer, esperar, y casi me obligaron a rezar como mejor tratamiento para su convalecencia. Pero de todos modos sólo ella enferma en aquel momento, y de aquella manera. No antes o un poquito más tarde.

Me acuerdo que la última vez que nos vimos fue en el hospital, aquellos días, con Lorena dormida en la cama, entre nosotros dos, como queriendo significarlo todo. Hacíamos como que la atendíamos, pero ella estaba dormida, así que no había nadie a quien atender. También hacíamos como los que hablábamos, aunque apenas si sentíamos que como mucho tendríamos no más de cuatro palabras que decirnos. Ni siquiera lo hicimos cuando la enfermera se asomó, que nos limitamos a dirigirle el gesto de silencio y a susurrarle que estaba dormida.

La verdad es que yo casi no me atreví a mirarte. Y fue un alivio cuando al fin se despertó, poder hablar con ella, y más aún cuando dijiste que te marchabas, que te alegrabas de verme y como si nada largaste que deberíamos vernos más a menudo y salir de vez en cuando juntos, cuando Lorena mejorase, y que bueno, hasta otra. Le diste un beso hasta la noche a Lorena, que estaba pálida y se sentía muy débil, y luego todo aquel malestar de silencio cuando no debe haberlo desapareció pronto y no le di mayor importancia. Al fin y al cabo el camino de nuestra amistad hacía ya tiempo que se bifurcó, y ahora es más que una amistad de lejos, es paralela y tiende a infinito. Después pensé que entonces no era tan mala idea lo de vernos y salir de nuevo juntos, como para certificar que definitivamente borrábamos todas las pocas huellas que nos pueden llevar a encontrarnos en un mismo espacio de nuevo con sólo proponernos hacerlo.

Pasé toda la tarde con Lorena, aunque apenas intercambiamos algunas palabras, de todos modos, porque ella estaba muy débil, y yo casi prefería que estuviésemos callados y me estuviese mirando de la forma que me miraba, como comprendiéndolo todo y dándome su comprensión con sólo mirarme, y agradeciéndome que a pesar de todo, y casi riendo -sólo casi-, porque apenas tenía fuerzas, cuando intenté bromear acerca del tema y dándolotodo por zanjado, seguro que reflejando justo lo contrario con la cara y la voz que con las palabras que pronunciaba.

Por eso la idea de volvernos a ver me sobrecoge. Y sabiendo que precisamente me vas a devolver el libro, después de tanto, y que probablemente vayamos a sufrir otro acceso de malestar y de silencio donde no debiera haberlo. Y además está el monstruo, pero como lo oí al teléfono cuando te llamé para quedar he decidido casi de forma involuntaria volcar mis esperanzas en que sólo puede acecharme desde allí, a través del hilo, y porque sé que nadie llama a casa últimamente, y apenas si al móvil, casi siempre de la oficina.

Lo que más me fastidia de haber tenido que romper el trato es el simple hecho de que sólo sea por un libro esta vez, y porque lo del libro es algo que ya incluso había olvidado. Pero de repente se ha convertido en una necesidad. Ahora necesito tener ese libro que te presté hace tanto sólo porque es un motivo tan insignificante, después de haber comprendido que probablemente te odio y todo lo que has hecho, aunque sólo sea por el cómo y no por lo que hiciste en sí.

Lo de Lorena era lógico. Habíamos terminado todavía hacía tan poco, aunque yo no supiera cuando me llamaste para decirme que estaba enferma. De golpe supe incluso por qué habíamos terminado, pero estaba claro que no podía negarme, además de que no quería hacerlo. Por supuesto que ni siquiera se me pasó por la cabeza. Y ahora he recordado lo del libro, que espero que sea como un último escollo para poder dedicarme a sólo cumplir el trato.
Lorena fue Escila y el libro es Caribdis. Pero por fin.

Si tuviera intención de buscar un culpable sé que por fuerza sería Lorena, ella la única, porque además fue ella quien me lo regaló. Pero por eso mismo no quiero echarle culpa a nadie, y porque lo leímos juntos. Digamos que la cosa se ha puesto así y no hemos podido hacer nada más, y punto. Y ahora necesito ese libro para poder olvidarme y simplemente cumplir con mi parte del trato y no volver a tenernos que encontrar en un mismo espacio ya más.

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Son las once y media. He optado por irme a sentar a un banco en cualquier parque, no muy lejos de donde trabajas. Hace sol y aún no mucho calor, a pesar de que estemos en Mayo casi ya Junio, y aquí puedo estar como estaba en casa pero algo más tranquilo. No he ido a la oficina. Cuando amaneció colgué el teléfono de nuevo y me quedé en la cama sólo mirando al techo, al menos mirando al techo pero descansando. Suena el móvil, y aunque sé que el monstruo puede estar ahí, no sé por qué, como toda la semana, es un alivio saber que ahora has llamado tú, aunque sólo seas tú, porque es tu número, y no la duda de la noche en el teléfono de casa, que sólo respondió como un gorjeo, como una sartén cuando arde el aceite con algún refrito, y a la vez el raspar de dientes sobre la tela, y colgaba y volvía a sonar, y apenas levantaba el auricular de nuevo estaban allí el raspar y aquel sonido como sólo ruido, interferencia, borbotante, y apenas colgaba otra vez llamaba, y tuve que dejarlo descolgado y bajo la almohada y lejos, pero sabiendo que estaba allí y volvía como las olas como las ondas de radio, el ruido, el borboteo y el áspero raspar de dientes, succionando toda mi atención toda la noche. Pero ahora no es más que tu número, escrito en la pantalla del móvil, y ya sólo queda un rato para que pueda llevarme el libro, y todo esto habrá terminado, aunque tenga todavía que soportar el malestar y los silencios que me tengas preparados, y la eternidad sostenida en tres o cuatro sorbos que me dure el café. Pero sólo hay
silencio y luego las olas, el mar sorbiendo, hasta que tengo que colgar, porque empiezan a raspar los dientes. Entonces recuerdo que es como cuando llamaste para avisarme de Lorena enferma, que también pudiste enviar sólo un mensaje - con sólo eso, "Lorena enferma", hubiera bastado-, pero llamaste, como ahora, y no puedo hablarte porque es el monstruo. Y como entonces llamo, ahora yo, y aunque al principio está sólo el mar, sólo el gorjeo, raspando en mi oído, puedo oírte terminar de hablarme, que ya estás en la cafetería, que has salido antes de lo previsto, que tienes prisa pero todavía dos horas libres – dos horas, aún más que una eternidad, tanto me odias tú también, tanto como es de absurda la razón, un viejo libro de bolsillo comprado en una feria, una tan mala edición de un clásico, pero un gran valor sentimental-. Pero al mediodía cuando entro al bar es ya buena hora para preparar los platos, algo friéndose en la cocina, y como el local está tan vacío suena tan alto, como el mar, como sorbiendo, borboteando, el raspar de la espumadera en la sartén, pero tan alto, casi al lado de mi oído, donde no quiero mirar, sentado a la mesa, porque es más que probable que Caribdis no es el libro.

escrito allá por mayo del año 2003 por un tal José Antonio Gómez Cordero

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